Por David Brooks
Este gobierno está magnificando algo que siempre ha acompañado a este imperio democrático para justificar su poder económico y militar en las últimas décadas: una amenaza permanente desde el exterior. A veces son idiomas (esta semana, Trump proclamó al inglés idioma oficial), personas migrantes, productos, drogas, ejemplos de cambio político democrático y soberano, y sobre todo la cultura.
Hemos regresado a los tiempos más brutales de este país, una versión perversa de Oz combinado con la repetición de las olas antimigrantes de los últimos 150 años y la elevación de la ultraderecha blanca supremacista que ahora no tiene vergüenza en levantar el brazo en saludo nazi en público.
Esto viene acompañado del regreso de un tipo de macartismo donde todo opositor será amenazado e investigado por el régimen. En este último punto, siempre vale recordar que Trump fue capacitado, literalmente, nada menos que por Roy Cohn, mano derecha y perro de ataque del legislador Joe McCarthy durante la persecución anticomunista y antizquierda de los años 50.
Algunos dicen que el mundo está atestiguando el declive final de lo que quedaba del sistema democrático estadounidense. A la vez, el multimillonario presidente con el hombre más rico del mundo a su lado, y todos sus cómplices, están estrenando, en su lugar, ya sin máscaras y directamente en el poder a la oligarquía estadounidense, todo con una retórica populista que resulta efectiva ante un desencanto masivo. O sea, una versión de lo que se ha llamado fascismo.
En sus primeros 40 días, Trump, junto con su desenfrenado esfuerzo para rehacer el gobierno federal a su manera, ha desatado un caos a propósito dentro del cual ha expulsado todo fiscal federal, agente de la FBI y otros funcionarios que participaron en cualquier investigación judicial de Trump o sus amigos. O sea, el inicio de una purga.
Mientras, no cesan las amenazas directas o indirectas contra críticos y opositores –sean políticos, académicos, jueces, militares y más– del régimen y sus políticas. La semana pasada, el “zar fronterizo”, Tom Homan, amenazó que la legisladora federal progresista Alexandria Ocasio-Cortez podría estar en apuros,porque su oficina realizó un foro para informar a inmigrantes de sus derechos y anteriormente ha sugerido que tal vez se debería arrestar a alcaldes y gobernadores por sus “ciudades santuarios” que no cooperan con la migra, acusando que están cometiendo un delito al esconder a “ilegales”.
La Casa Blanca no duda en atacar a cualquier figura que se atreva a criticar al régimen. La semana pasada le tocó al documentalista Michael Moore; un vocero de la Casa Blanca emitió un comunicado calificando al ganador de un Oscar de cineasta desgraciado por oponerse a las deportaciones masivas de “asesinos y violadores ilegales”.
Trump ha amenazado directamente a gobernadores y otros políticos que se atreven a decir que no cumplirán con sus órdenes ejecutivas. Y, ni hablar, todos los medios que no se sometan al Ejecutivo serán castigados, como ha sido en el caso de la agencia AP por negarse a usar Golfo de América –proclamado por Trump– en sus reportajes.
Algunos dueños de medios antes más independientes, como el Washington Post, que tuvo como lema durante la primera presidencia de Trump: la democracia muere en la oscuridad, han tomado acciones preventivas para evitar enfrentarse con el presidente. Jeff Bezos, multimillonario dueño del rotativo junto con empresas como Amazon y una espacial, giró órdenes la semana pasada de que la sección de opinión de aquí en adelante sólo se enfocará en dos temas: las libertades individuales y el libre mercado. El jefe de opinión renunció en protesta.
En esta coyuntura en Estados Unidos, tal vez ya no hay de otra más que usar juntas las dos palabras F.