Por Carmen Corazzini
Sí cuentan que sufría acoso, mucho y diario. Se reían de él, comía solo en el instituto y vivía aislado. La progresión de su extremismo pasó desapercibida. Ni la ideología ni el bullying justifican la violencia, pero sí pueden ayudarnos a explicarla.
Thomas Matthew Crooks lo había planeado. Hallaron material explosivo en su vehículo y fue visto practicando en un club de tiro. Su padre había adquirido unos meses atrás un fusil AR-15, el arma que usaría su hijo para atentar contra Donald Trump.
El odio le estaba desbordando y nadie se había percatado. Un chaval de 20 años, sin antecedentes, graduado en 2022 y ganador de un premio estrella en la Bethel Park High School de Pittsburg.
La motivación es fundamental, como lo es la capacidad criminal. Cabe preguntarse si es la polarización lo que exacerba la violencia, o si ésta es innata y busca la excusa para ser desatada. ¿Habría sido capaz, Thomas, de matar a cualquier otra persona? ¿Habría sido un asesino de no existir Trump?
Siempre es la oportunidad unida a la predisposición. Trump no le convirtió en criminal. Pero es probable que Thomas piense que sí, porque es la razón por la que decidió matar.
Thomas habría votado por primera vez en las próximas elecciones del 5 de noviembre. Según las cabeceras norteamericanas, estaba dado de alta como republicano, algo que no cuadraría con la pequeña donación que habría realizado en ActBlue, una plataforma que recauda fondos para candidatos demócratas y proyectos progresistas.
Una hipótesis que explica la contradicción es que se registrara estratégicamente como republicano para votar a Nikki Haley en las primarias de Pensilvania. Varios lo hicieron para unir fuerzas contra el exmandatario.
La política le interesaba y en algún momento la convirtió en una excusa e impulso vital. A un escenario de exaltación generalizada se suma la experiencia de un adolescente apartado, ninguneado y rechazado, familiarizado con sentimientos de frustración y venganza.
Trump, considerado por algunos como un matón, se convertiría en el acto catártico de un justiciero. Esta es, de hecho, la base de cualquier terrorismo. Y la radicalización, que siempre fue un proceso de socialización, ahora ya se produce en solitario. La aceleración del pensamiento agresivo encuentra la mecha tras un ordenador. El clima de intolerancia es nutrido por la impunidad del odio en las redes, hervidero de fake news y manipulación, donde el dogmatismo y el sectarismo pasean serenos de la mano pisando todo atisbo de criticismo.
Pero la hostilidad en la política es parte de su propia historia, y en España no nos es lejana.
Prim, Canalejas, Eduardo Dato, Cánovas del Castillo, Carrero Blanco. La ideología fanatizada se hace magnicidio cuando riega las tendencias de una capacidad criminal latente.
En EEUU hasta ocho presidentes han sido víctimas de atentado, cuatro fueron asesinados y se contabilizan más de una docena de intentos. El entonces presidente Jackson se salvó porque a su agresor no le funcionaron las dos armas que llevaba. A Theodore Roosevelt le paró la bala su estuche de gafas. Reagan apeló a la Providencia tras sobrevivir un disparo. Ahora lo de Donald Trump es un milagro.
La intención de Thomas era acabar con él, pero lo que ha conseguido es heroificarlo. Le ha brindado una foto histórica y media campaña de regalo.
Dicen por el Wall Street Journal que el susto podría convertirse en un momento político de redención. Una llamada a la esperanza frente al temor de más confrontación, y el miedo a más Thomas Matthew Crooks.
Lo que ha sucedido no es nuevo. Lo preocupante es que a muchos no les haya extrañado. Aunque lo peligroso es pensar en cuántos, de no haber fallado, se habrían alegrado.