Entre Marruecos, Argelia y las reivindicaciones de autodeterminación del pueblo saharaui, Francia intenta abrirse camino, pero cada paso conlleva un riesgo.
El anuncio de su apoyo al plan de autonomía marroquí por parte de Emmanuel Macron marcó un punto de inflexión que sigue generando debates y, a veces, malentendidos.
Mientras sigue aventurándose en el terreno ardiente del Sahara Occidental, Francia probablemente deberá reconsiderar su diplomacia en función de sus valores tanto como de sus intereses.
Una política exterior caracterizada por mayor coherencia, transparencia y respeto por los derechos de los pueblos podría permitirle navegar más serenamente en una región donde el menor desliz puede reavivar las brasas de un pasado complejo y, a veces, doloroso.
Según el secretario general del Partido comunista francés (PCF), Fabien Roussel, «Emmanuel Macron traiciona la posición histórica y equilibrada de Francia sobre los derechos del pueblo saharaui, así como las resoluciones de Naciones Unidas».
El principal dirigente del PCF, quien se expresó en la red social X, consideró que «él (Macron) está abriendo una grave crisis diplomática para continuar el saqueo de África, incluidas las grandes riquezas naturales del Sahara Occidental».
En realidad, la decisión francesa, que pretende abrir una nueva página en las relaciones franco-marroquíes, no es más que un acuerdo inaceptable en los planos jurídico, político y moral, concluido entre dos partes en detrimento de un tercero oprimido: el pueblo saharaui.