Por Jesus Arboleya
“En Nueva York me trataban muy mal”, dijo el entonces mandatario. La razón de su disgusto era la persecución por evadir al fisco, y la exigencia de hacer público el estado de sus finanzas, cosa que el magnate se niega a acatar, rompiendo con una “muestra de probidad’’, que tiene décadas en la tradición política norteamericana.
En la Florida esperaba ser “mejor tratado” por las autoridades políticas y judiciales, así como aprovechar las ventajas fiscales del estado, convertido en paraíso de millonarios que llegan de todas partes. Además, allí contaba con una de sus fastuosas propiedades, el resort Mar-a-Lago, en Palm Beach, convertido en “centro del Universo”, según sus propias palabras.
La presencia de Trump desplazó el centro de gravedad del movimiento MakeAmerica Great Again (MAGA) hacia la Florida, donde encontró terreno fértil en una tradición conservadora que se remonta a los orígenes del estado, la última frontera del sur profundo norteamericano.
Vinculado a la esclavitud, la segregación racial y la violación de los derechos civiles de las minorías, se consolidó el poder de los demócratas en el territorio. Considerado en sus orígenes como un partido de los blancos, agrario, con fuerte presencia del fundamentalismo evangélico, en la Florida tuvo escaso asidero la metamorfosis promovida por el “New Deal” de Franklin Delano Roosevelt, que movió a ese partido hacia la “izquierda” en otras partes de Estados Unidos. Ser un estado demócrata nunca significó ser mayoritariamente liberal en la Florida.
Los republicanos, por su parte, el partido antiesclavista de Abraham Lincoln, exponentes de la expansión industrial y financiera del emergente imperialismo norteamericano -se hacían llamar “progresistas”-, hegemónicos desde la Guerra de Secesión, pero desplazados del poder por la inusitada coalición “Rooseveltiana”, evolucionaron en sentido contrario y fueron ganando adeptos entre los conservadores sureños demócratas, hasta convertirse en el partido de la derecha, lo que aumentó su ascendencia en la Florida y acentuó la polarización política del país.
De los 46 gobernadores que ha tenido el estado de la Florida en su historia estadounidense, 33 han sido demócratas; pero los republicanos no han perdido esa posición desde que Jeb Bush fue electo gobernador en 1999. Entre los demócratas aspirantes a la presidencia, solo Barack Obama ha triunfado en el estado en lo que va de siglo, dos veces ganó el republicano George W. Bush y tres lo hizo Donald Trump, que ahora se apresta a cumplir su segundo mandato. Rompiendo un patrón histórico de larga data, los republicanos superan a los demócratas en el registro electoral desde 2021.
En buena medida, este avance republicano fue el resultado de la ofensiva neoconservadora que cuajó con el ascenso al poder de Ronald Reagan en 1980. Entre las fuerzas que impulsaron el dominio de los republicanos en el estado estuvieron muchos cubanoamericanos, que agregaron otras características al proceso.
Vinculados en su origen a la CIA y siendo los grandes beneficiarios de la guerra contra Cuba, los políticos cubanoamericanos incorporaron la violencia más descarnada a la vida política local, reforzaron los contactos con la mafia y el tráfico de drogas -males endémicos en la historia de Miami-, y proyectaron a la ciudad como capital de la derecha latinoamericana.
Este escenario es el que acoge a Donald Trump, cuando decide instalar el Estado Mayor del movimiento MAGA en la Florida. Una legión de activistas políticos ultraconservadores llegó del resto del país para orbitar alrededor del neoyorquino, pero también los políticos republicanos del estado encontraron la oportunidad de incrementar su peso específico en la política nacional.
Muchos floridanos que inicialmente se opusieron al magnate se convirtieron en sus veneradores, por ese camino el senador Marco Rubio ha logrado ser propuesto para secretario de Estado. SusieWiles, enigmática activista de las campañas republicanas en el estado, a quien algunos consideran un factor clave en la victoria de Trump, ha sido nombrada jefa de Despacho del presidente. Mike Waltz, actual legislador floridano y coronel retirado de la Guardia Nacional, caracterizado como un halcón en política exterior, es el designado como asesor para Asuntos de Seguridad Nacional, y Pam Bondi, exfiscal de la Florida, que formó parte del equipo defensor de Trump, es la propuesta para secretaria de Justicia.
Se comenta que hasta el gobernador Ron De Santis está siendo considerado como secretario de Defensa, lo que efectivamente convertiría a Mar-a-Lago en la “Casa Blanca del Sur”, como dice con orgullo la prensa local.
En el área de la política exterior parece que la tendencia de Donald Trump será nombrar a familiares y amigos como embajadores o enviados especiales del presidente, lo que restará protagonismo a Marco Rubio en temas vitales para Estados Unidos, dígase las relaciones con Europa -especialmente lo referente a Rusia y la guerra en Ucrania-, el Medio Oriente o incluso China y el resto de Asia, asuntos en los que Rubio aporta poco, a pesar de su estancia en la Comisión de Inteligencia del senado y sus vínculos con grandes donantes interesados en la política exterior, en particular con el lobby judío.
Sin embargo, ese no será el caso de la política hacia América Latina, donde Rubio incorpora un enfoque y relaciones con la derecha latinoamericana, que deben condicionar esta política. Tal tendencia se complementa con el nombramiento de otros dos cubanoamericanos en puestos claves del departamento de Estado: los también floridanos Carlos Trujillo y Mauricio Claver Carone, subsecretario adjunto para el Hemisferio Occidental y enviado especial para América Latina, respectivamente.
Incluso el nombramiento de Christopher Landau como subsecretario de Estado, exembajador en México, abogado de reclamantes cubanoamericanos en demandas contra empresas norteamericanas por hacer negocios con Cuba y vinculado a los sectores más conservadores del aparato judicial norteamericano -fue secretario en el Tribunal Supremo de los jueces AntoninScalia y Clarence Thomas-, reafirma esta proyección hacia la extrema derecha en la política latinoamericana del próximo gobierno.
Aunque no se trata de un fenómeno nuevo, ya que desde Reagan se habla de la “cubanización” de la política hacia América Latina, debido a la participación de cubanoamericanos de extrema derecha en el diseño y aplicación de esta, nunca antes su influencia había sido tan evidente. No es descartable que, ante la posible reducción de su influjo en otros acontecimientos, los “cubanitos miamenses” se “entretengan” con la política hacia América Latina y Trump los deje hacer para “mantener contento a Marquito”, como ocurrió en el caso de Cuba, durante su anterior mandato.
Por demás, no se trata de que estas personas sean portadores de una mentalidad ajena a la del presidente, sino que Trump concibe a América Latina como unos “países de mierda” y así deben ser tratados, reviviendo las tendencias más intervencionistas de la doctrina Monroe.
Este equipo tiene la encomienda de “poner orden en la región”, según palabras de Donald Trump, especialmente en el tema migratorio, lo que augura tensiones con México y fuertes presiones hacia los países centroamericanos, a lo que ahora se agrega el tema del canal de Panamá, donde, para colmo, ha sido nombrado como embajador el cubanoamericano Kevin Marino Cabrera, un oscuro comisionado del condado Miami-Dade, sin experiencia en política exterior, pero fanático defensor del presidente electo.
Kevin Cabrera con el presidente Trump.
Es de esperar el recrudecimiento de la política estadounidense hacia Cuba, Venezuela y Nicaragua, que ha sido el leitmotiv de las carreras de estas personas, así como una relación muy tensa con los gobiernos progresistas, especialmente los de Brasil y Colombia, cuyos presidentes han sido objeto de ataques personales por parte del propio Marco Rubio.
Después de la victoria del Frente Amplio en Uruguay, solo Javier Milei, el presidente que consulta con su perro muerto, aparece como un colaborador entusiasta del trumpismo en América Latina. Aunque también es cierto que la “paz mediante la fuerza”, una filosofía que Marco Rubio asegura defender, termine por subordinar a algunos que hoy se precian de independientes.
En definitiva, el trumpismo será un impulso para el avance de la extrema derecha en América Latina, cualquiera sea el futuro de Marco Rubio como secretario de Estado. En medio de las contradicciones que subsisten en la inestable coalición que sostiene a Donald Trump y los propios conflictos que inspira la personalidad del presidente, resulta difícil predecir la permanencia de este grupo en el aparato gubernamental. No obstante, sin importar la movida, un resultado que parece irreversible, a corto y mediano plazos, es el establecimiento de la Florida como un estado republicano y conservador, lo que tendrá consecuencias contradictorias para la región.
Aunque consolida la influencia del estado en la política nacional y lo ubica como uno de los centros de poder del país, también reduce el atractivo que le confería ser un estado pendular, impredecible en las contiendas electorales para la presidencia, lo que implicaba una importancia, una atención y un dinamismo político que no tendrá en el futuro.
Por otro lado, el trumpismo ha logrado el retorno de la Florida a un grado extremo de fundamentalismo de derecha, que recuerda los momentos más retrógrados de la historia del estado.
El sinsentido del incremento de la xenofobia en una región multiétnica, que depende de sus relaciones con el extranjero y donde más del 10 % de la población son inmigrantes; así como la imposición del oscurantismo religioso y la persecución de ideas progresistas, consideradas “heréticas” por los nuevos inquisidores, son algunas de las consecuencias.
Al pintarse de rojo, el color de los republicanos, la Florida ha perdido los atributos que le conferían cierta excepcionalidad en el contexto político norteamericano, para convertirse en parte indiferenciada de la otra mitad del país, la peor de todas, por cierto.