Precisamente a quienes, en las zonas conflictivas del planeta, trabajan a nivel diplomático y se esfuerzan por promover la justicia y la paz, dirigió el Papa todo su agradecimiento.
Expreso mi agradecimiento a todos los que, en las numerosas zonas en conflicto, trabajan por el diálogo y las negociaciones. Recemos para que en todos los frentes cesen los combates y se persiga con decisión la paz y la reconciliación. Pienso en la atormentada Ucrania, en Gaza, en Israel, en Myanmar, en Kivu del Norte y en tantos pueblos en guerra.
El agradecimiento del Papa se extendió a quienes organizan manifestaciones y vigilias de oración para mantener vivo el anhelo de paz. Las iniciativas son numerosas en todas las partes del mundo, donde comunidades diocesanas y parroquiales, asociaciones, movimientos y grupos eclesiales están en primera línea.
En particular, Francisco recordó la tradicional Marcha Nacional por la Paz que tuvo lugar en Pesaro, organizada por la Comisión Episcopal (CEI) para los Problemas Sociales y el Trabajo, Justicia y Paz, Caritas Italiana, Acción Católica, Pax Christi Italia, Movimiento de los Focolares, Agesci, Acli, Libera con la Archidiócesis de Pesaro y Urbino-Urbania-Sant’Angelo in Vado. El saludo de Bergoglio se dirigió también a los participantes en el evento «Paz en todas las tierras» organizado por la Comunidad de San Egidio, de la que había representantes en la plaza que el Papa señaló explícitamente, en varios países.
El Pontífice recordó la génesis de la Jornada Mundial de la Paz, con San Pablo VI. Este año se inserta de lleno en el inicio del Año Santo y, precisamente por el Jubileo, se caracteriza por el tema peculiar de la condonación de la deuda.
A la observación del Papa se añadió el llamamiento: El primero que perdona las deudas es Dios, como le pedimos siempre rezando el «Padre nuestro», refiriéndonos a nuestros pecados y comprometiéndonos a perdonar a su vez a quienes nos han ofendido. Y el Jubileo nos pide que traduzcamos esta condonación a nivel social, para que ninguna persona, ninguna familia, ningún pueblo sea aplastado por las deudas.
Por eso, animo a los gobernantes de los países de tradición cristiana a dar el buen ejemplo condonando o reduciendo en la medida de lo posible las deudas de los países más pobres.