Según la estrategia, los problemas económicos que atraviesa el continente quedan “eclipsados” por un riesgo mayor: una supuesta desintegración cultural derivada de las políticas migratorias, el funcionamiento de la UE y la caída de la natalidad. La administración acusa además a Bruselas y a “otros organismos transnacionales” de socavar la libertad política y la soberanía de los Estados miembros, al tiempo que denuncia “censura”, represión de la oposición y una pérdida generalizada de identidad nacional.
El lenguaje de la estrategia, de fuerte carga ideológica, entronca directamente con los discursos de la ultraderecha europea, cuyos partidos han hecho de la crítica a la UE y de las restricciones migratorias sus principales banderas. La Casa Blanca no oculta esta convergencia: el texto celebra “la creciente influencia de los partidos patrióticos europeos” y anima a los aliados políticos de Washington en el continente a impulsar una “revitalización del espíritu nacional”.
La administración Trump reconoce haber fortalecido lazos con formaciones de extrema derecha en países como Alemania o España, algo que, bajo una formulación diplomática, sugiere posibles apoyos a estos partidos en el futuro. El documento llega meses después de que el vicepresidente JD Vance generara polémica en la Conferencia de Seguridad de Múnich acusando a Europa de “suicidio cultural” por sus políticas migratorias.
La estrategia también reproduce elementos de la teoría conspirativa del “gran reemplazo”, afirmando que ciertos países de la OTAN podrían convertirse en “mayoritariamente no europeos” en las próximas décadas debido a la inmigración procedente de África y de países musulmanes. La inclusión de esta idea en un documento oficial de EE. UU. ha provocado inquietud entre diplomáticos europeos.
Desde Bruselas, la portavoz jefe de la Comisión Europea, Paula Pinho, declaró que estaba al tanto de la publicación pero que aún no había tenido tiempo de analizarla, asegurando que el ejecutivo comunitario “tomará posición” más adelante.
El texto dedica apenas unas líneas a la guerra en Ucrania, rompiendo momentáneamente el discurso sobre el declive europeo. Washington afirma que su interés es que el conflicto termine para restaurar la “estabilidad estratégica” con Rusia, pero acusa a gobiernos europeos “inestables” de mantener “expectativas poco realistas” sobre el desarrollo de la guerra, insinuando que obstaculizan un eventual acuerdo de paz.
En otro punto controvertido, la administración sostiene que debe “acabar con la percepción y la realidad de una OTAN en expansión perpetua”, en aparente contradicción con la política de puertas abiertas de la Alianza. El documento marca así una nueva etapa en la visión estadounidense sobre Europa: una mezcla de pesimismo demográfico, desconfianza geopolítica y afinidad ideológica con las fuerzas ultraderechistas del continente. Un enfoque que promete tensar aún más unas relaciones transatlánticas ya erosionadas por años de desencuentros.