Por Sergio Rodríguez Gelfenstein
Entre febrero y marzo del año pasado escribí un largo reporte titulado “La creciente presencia militar de la OTAN en América Latina y el Caribe”. En tres entregas daba cuenta de la fuerte injerencia de Estados Unidos y afirmaba que no sólo en Europa del Este y en Asia-Pacífico, el conglomerado militar terrorista se estaba expandiendo, también al sur del Río Bravo.
En ese entonces dije: “Otro tanto ocurre en América Latina y el Caribe, en la que Estados Unidos está iniciando un agresivo plan de expansión a lo largo de todas las latitudes y longitudes de la región”.
Ha pasado poco más de un año, la tendencia se mantiene e incluso se ha incrementado. Con una clara orientación militarista desde la llegada de Joe Biden a dirigir la administración en Washington en 2021, la política estadounidense hacia la región se ha puesto en manos del Pentágono y en específico del Comando Sur dirigido por la generala Laura Richardson. Es ella la principal protagonista y ejecutora de las decisiones de la Casa Blanca en la región.
Desde un primer momento, Richardson estableció el carácter estratégico de América Latina y el Caribe para Estados Unidos. Al preguntarle por qué era importante la región, respondió: “Con todos sus ricos recursos y elementos de tierras poco comunes, tienes el triángulo del litio, que hoy en día es necesario para la tecnología. El 60 por ciento del litio del mundo está en el triángulo del litio: Argentina, Bolivia, Chile”.
Agregó que “tenemos [sic] 31 por ciento del agua dulce del mundo en esta región” y que “con ese inventario, a Estados Unidos le queda mucho por hacer”. Además, mencionó que a su país le interesaban “las grandes reservas de petróleo y los recursos de Venezuela en petróleo, oro y cobre [y] los bosques de Amazonia que son los pulmones del mundo”
Argumentó que eso tenía que ver con la seguridad nacional de su nación por lo cual Washington debía establecer los parámetros de conducta de los países latinoamericanos y caribeños y alejar de ellos a los “adversarios”, es decir China, Rusia e Irán, según sus propias definiciones.
Por supuesto, para establecer tales “parámetros de conducta” necesita domesticar a los domesticables y eliminar a los irredentos que en defensa de su soberanía e integridad territorial, se niegan a ponerse de rodillas ante el poderío imperial. Eso es lo que ha estado haciendo Richardson desde su nombramiento al frente del Comando Sur en octubre de 2021, asumiendo una preponderancia en el acontecer político que ninguno de sus antecesores ha tenido.
En este contexto, el Departamento de Estado se ha visto obligado a desempeñar un papel secundario, cediendo su tradicional función “diplomática” a prácticas de militarización de la política donde son otros los más expertos. En 2024 esta tendencia se está profundizando.
No se sabe si por órdenes del Alto Mando o por iniciativa propia, Richardson -optimizando su tiempo- ha puesto el énfasis en la penetración de aquellos países gobernados por administraciones de la extrema derecha subordinadas a Estados Unidos.
No obstante, en todas sus visitas señala el peligro que significan “Cuba, Venezuela y Nicaragua que -alentados por el apoyo de China y Rusia- desestabilizan aún más el hemisferio y amenazan la gobernabilidad democrática”.
En Uruguay el gobierno de derecha y la oposición de izquierda han llegado a acuerdos bipartidistas para lograr lo que la embajada de Estados Unidos en Montevideo ha denominado la discusión sobre “la asociación bilateral en defensa entre Estados Unidos y Uruguay”, es decir una asociación para que Washington ponga un pie en Montevideo con dos objetivos claros: el primero establecerse en la entrada del estratégico estuario del Río de la Plata que conecta el Atlántico con la importante red fluvial de América del Sur y en segundo plano, fortalecer, junto a Chile y las Malvinas, el -también estratégico- triángulo de control del Atlántico Sur.
Dando inicio a la operatividad de estas decisiones, entre ocho y 10 efectivos de las fuerzas especiales estadounidenses comenzaron a ingresar al país el pasado 7 de abril.
En el caso de Argentina, la llegada al poder de Javier Milei en diciembre del año pasado allanó el camino de entrega de la soberanía nacional iniciada durante el gobierno de Mauricio Macri, que tuvo continuidad en el de Alberto Fernández.
Aquí, como una manera de mostrar desprecio por el sentir nacional, la generala Richardson inició una visita el 2 de abril último, fecha en que se conmemora el inicio del desembarco argentino en las islas Malvinas en 1982 y que en el país es día de conmemoración y memoria. Richardson se burló de todo ello, contando con el aval del presidente Milei.
La subordinación del gobierno argentino a Estados Unidos rebasó toda norma. Hasta Pinochet se preocupó un poco de mantener las formas en cuanto a entrega de la soberanía y subordinación al hegemón. En Argentina la generala Richardson -compartiendo en este caso protagonismo con el Secretario de Estado Anthony Blinken, quien visitó el país el 23 de febrero, así como con el Director de la CIA William Burns, quien estuvo el 20 de marzo- completó la agenda de inserción de Buenos Aires en el dispositivo de control regional y global de Estados Unidos que está en franco declive en otras latitudes y longitudes.
Richardson anunció el interés de su país por instalar una Base Naval que cumpla la misión de transformar el ya creado triángulo Montevideo-Malvinas-Punta Arenas (Chile), en un cuadrángulo, tanto de control del Atlántico Sur como también de mecanismo de intervención para la presencia de Estados Unidos en la Antártida.
Imitando el Quad del Pacífico Oriental formado por Japón, Estados Unidos, Australia e India contra China, Washington intenta crear una organización similar contra América del Sur, a fin de restar un potencial protagonismo de la región en el escenario global, sobre todo considerando que Brasil es miembro fundador de los BRICS.
Así mismo, como dice el analista argentino Matías Caciabue, la última visita de Richardson a Argentina también persiguió el objetivo de ejecutar “un ejercicio de diplomacia militar en torno a la Estación de Espacio Lejano, CLTC-CONAE, que el gobierno de Cristina Kirchner concedió a China por 50 años […] a cambio de permitir que las instalaciones puedan ser también utilizadas por especialistas argentinos”.
Caciabue recuerda que: “A pesar de que una adenda al convenio original, que hizo la entonces canciller macrista Susana Malcorra, explicitó una restricción al uso militar de esas instalaciones, las presiones estadounidenses giran en torno a que CLTC (China Satellite Launch and Tracking Control) es una institución del Ejército Popular de Liberación, las Fuerzas Armadas de China”.
Por otra parte, y dando continuidad a la lógica de subordinación extrema a Occidente y a la OTAN, la administración Milei, decidió comprar 24 aviones obsoletos F-16 a Dinamarca, sin considerar que jamás, algún país miembro de esa organización va a dotar a Argentina de la tecnología necesaria para un eventual enfrentamiento con el Reino Unido -ya en 1982, la OTAN puso a disposición de Londres todo su potencial de combate a fin de derrotar a Argentina.
De igual manera, Richardson gestionó, la presencia en aguas territoriales argentinas del portaaviones George Washington (CVN 73) de la Armada de Estados Unidos que se desplegó en el área de operaciones del Atlántico Sur con el fin de realizar maniobras navales del Comando Sur.
En la región, el George Washington junto al destructor de misiles guiados Porter (DDG 78) y el engrasador de reabastecimiento John Lenthall (T-AO-189) estaban programados para realizar ejercicios y operaciones en el mar junto a fuerzas navales de la región en la que participarán marinos de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Perú y Uruguay, con visitas previstas a puertos de Brasil, Chile y Perú.
En el caso de América Central, Estados Unidos ha preparado las maniobras Guardian 24, en Honduras y Costa Rica como ejercicio multinacional que permite mantener su presencia en la subregión manteniendo bajo su tutela a los ejércitos del área. Además de los países antes mencionados, participarán República Dominicana y El Salvador.
Con el mismo objetivo, la generala Richardson visitó Guatemala para «discutir esfuerzos de colaboración para abordar los desafíos de seguridad regional». De igual manera, participó en la Conferencia de Seguridad de Centroamérica, reunión que realiza el Comando Sur y que este año tuvo como sede este país.
En cuanto al Océano Pacífico, el Comando sur logró que México autorizara el ingreso a territorio nacional de militares del Ejército de Estados Unidos. El senador oficialista Félix Salgado Macedonio lo justificó diciendo que este ejercicio se lleva a cabo año con año, “y ahora se hace más público y transparente” con la aprobación de los senadores.
En el caso de Ecuador, país que tiene un presidente estadounidense, todo es más fácil. Acorde a su ciudadanía original, Noboa actúa en favor de los intereses de su país de nacimiento, crianza y estudios. En este marco, el 15 de febrero pasado, firmó dos acuerdos que permiten la ejecución de operaciones militares conjuntas entre las fuerzas de sus dos países: el de nacimiento propio y el de nacimiento de sus padres.
Aunque Richardson ha estado varias veces en Ecuador, su presencia no es tan necesaria habida cuenta la característica particular de este país que incluso se permite violar la carta de la ONU con total impunidad.
De igual manera, Perú aprobó un documento similar autorizando el ingreso de personal militar de Estados Unidos en el territorio nacional. Dicha facultad le permite a los militares estadounidenses transitar el país portando armas de guerra sin control de la autoridad nacional. Las fuerzas armadas de ambos países realizarán siete actividades durante el año 2024.
La intensa actividad de la generala Richardson en la región es expresión de la decisión estadounidense de militarizar la política hacia América latina y el Caribe y su necesidad de control y manejo de la región no solo en términos de sus intereses hemisféricos.
La retórica de la Jefa del Comando Sur da cuenta de la inserción de América Latina -por parte de Estados Unidos- en una lógica de confrontación global que augura mayor presencia y mayor intervencionismo.