Además de señalar esa exclusión -absurda si en realidad se tratara de gestionar el fin del conflicto-, la canciller mexicana criticó que los gobiernos representados en el cónclave hablen de paz «sin mencionar otras tragedias humanitarias, como la que está teniendo lugar en Gaza», y pidió que las gestiones de pacificación para Ucrania sean colocadas en el ámbito de responsabilidades de la Organización de Naciones Unidas, que se consideren «acuerdos y medidas negociadas para generar confianza» y que las cinco potencias atómicas que tienen membresía permanente y derecho de veto en el Consejo de Seguridad del organismo mundial (Estados Unidos, Francia, Rusia, China y Reino Unido) eviten acciones irresponsables que pongan en peligro la paz planetaria.
Asimismo, la jefa de la diplomacia mexicana llamó a preservar la integridad de las instalaciones nucleares en Ucrania, las cuales han sufrido ya algunos daños, que si bien no han sido críticos hasta ahora, ponen en riesgo la seguridad nuclear y destacó un aspecto de la guerra que no suele ocupar espacios noticiosos: «en el Sur global estamos sufriendo también las consecuencias relacionadas con la seguridad alimentaria y energética» derivadas del conflicto.
En congruencia con esos señalamientos, la representación mexicana se abstuvo de firmar la declaración final del encuentro, decisión que fue compartida por las representaciones de Brasil y Colombia, así como por Arabia Saudita, Armenia, Baréin, Emiratos Árabes Unidos, India, Indonesia, Libia, Sudáfrica, Tailandia y el Vaticano, lo que subraya el carácter fársico de una reunión que pretendidamente buscaba poner fin a una guerra sin hacer partícipe a uno de los bandos que la libran.
Más allá de la inútil reunión internacional en la localidad suiza de Nidwalden, es indudable que, como lo apuntó Bárcena, «el conflicto prolongado» en territorio ucranio «está representando una amenaza existencial de seguridad no sólo para Europa, sino para la comunidad global en su conjunto».
Las pulsiones de mandatarios europeos como Emmanuel Macron, quien ha manifestado en varias ocasiones la disparatada idea de enviar tropas de su país al frente de batalla en Europa Oriental, así como la determinación del presidente ruso, Vladimir Putin, de realizar ejercicios militares con armas nucleares tácticas, acercan al mundo al horizonte obligadamente desastroso de una confrontación de mayor escala que tarde o temprano desembocaría en el uso de esa clase de armas de destrucción masiva.
Significativamente, el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI) advirtió que durante el año pasado, con el telón de fondo de la guerra en Ucrania, Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán, Corea del Norte e Israel «han seguido modernizando sus arsenales nucleares y algunos de estos países han desplegado nuevos sistemas de armas con capacidad nuclear», con un incremento en el número de ojivas atómicas colocadas en situación de alerta.
En este tenebroso escenario mundial, México debe seguir siendo un actor imprescindible para la paz y el desarme, como lo ha sido en momentos históricos estelares.
Debe recordarse, a este respecto, el papel clave desempeñado por la cancillería mexicana -y en particular, por Alfonso García Robles- en la gestión y concreción del Tratado para la proscripción de las armas nucleares en la América Latina, mejor conocido como Tratado de Tlatelolco, firmado en 1967.
Hoy, más que nunca desde el fin de la guerra fría, es imprescindible honrar la tradición diplomática que prescribe la solución pacífica y negociada de los conflictos bélicos, el respeto a las soberanías y la autodeterminación, el respeto a los derechos humanos y el desarme, y promover activamente la paz en todas las circunstancias.
El mundo lo requiere.