“Sentí que hubo dos explosiones y vimos un avión en llamas en el aire”, fue el testimonio recogido por René Hernández, el primer reportero en llegar a la escena donde murió, en circunstancias sospechosas, el general Omar Torrijos el 31 de julio de 1981.
Aquella mañana, El Viejo, como solían llamarlo sus familiares y amigos, realizó otro de sus acostumbrados viajes a la región montañosa de Coclesito, pueblo rural en la central provincia de Penonomé fundado por él como parte de su plan de desarrollo en esa área montañosa.
Lo trasladaría al lugar, en el que aún se conserva su casa convertida en museo, la aeronave De Havilland Twin Otter (DHC-6) con matrícula FAP 205, propiedad de la Fuerza Aérea Panameña, conducida por el capitán Azael (Cholo) Adames y su copiloto Víctor Rangel.
Sobre las 10:34, hora local, partieron desde el Aeropuerto de Río Hato y 11 minutos después hicieron una pequeña escala en el Aeropuerto de Penonomé. A las 11:40, hora local, viajaron hacia su destino final, pero nunca arribaron. Las faldas del Cerro Marta se interpusieron en los planes de vuelo.
Junto al líder militar también murieron el piloto, el copiloto, la odontóloga Teresa Ferreira, el sargento Ricardo Machazek (escolta), el mecánico Eric Rivera y el asistente Jaime Correa.
En una entrevista concedida al diario neoyorquino La Prensa, el economista norteamericano John Perkins aseguró que en el “accidente” estuvo la mano tenebrosa de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos.
“Su avión explotó por una grabadora con una bomba en ella”. Versiones no confirmadas apuntan que los instrumentos de la nave fueron interferidos desde tierra. Luego, en su libro “Confesiones de un sicario económico”, Perkins afirmó que la muerte de Torrijos no fue accidental.
A esta tesis se suma la denuncia realizada, en 1986, por Moisés Torrijos (fallecido), hermano del general, quien desenfundó unos informes que hablan de la “Operación Halcón al Vuelo”, organizada y financiada por la CIA, a quien también culpa su escolta personal y destacado intelectual José de Jesús Martínez (Chuchú), autor del libro Mi General Torrijos.
“Recuérdese que ya en 1973, en los días de Watergate, cuando el imperialismo lavó en público algunos de sus trapos sucios, se reveló que Washington quería eliminar a Torrijos. El “accidente” ocurrió en un sitio, donde el avión no tenía por qué estar”, describió.
Según algunas evidencias iniciales recogidas por el primer grupo militar en llegar al lugar del siniestro, entre ellos el teniente Juan González, la cola de la aeronave no estaba en el lugar de la caída, sino la encontraron a tres horas de camino del sitio del impacto, lo que confirmó la explosión en el aire, de ahí que el informe firmado por él manejó la tesis del atentado.
Apenas cinco meses después, González murió en un accidente de tránsito, cuando los frenos de su auto extrañamente no respondieron y se estrelló contra otro vehículo. De aquel informe no se habló más, recordó el ya fallecido periodista cubano Luis Báez, en su artículo por el trigésimo aniversario del hecho.
Inexplicablemente también, los documentos relacionados con el accidente aéreo desaparecieron durante la invasión de Estados Unidos a Panamá, el 20 de diciembre de 1989.
Lo cierto es que tras la firma de los Tratados Torrijos-Carter en 1977, que años después, el 31 de diciembre de 1999, facilitó la devolución del Canal a manos panameñas, el líder militar se convirtió en un objetivo a derribar. Incluso, mucho antes la posibilidad de morir rondaba en su mente.
El 24 de julio de 1971, al hablar ante un grupo de campesinos de su natal región central de Veraguas, tras colocar la primera piedra de lo que sería el central azucarero La Victoria (privatizado en los 90), como una premonición el líder afirmó:
El general sabe que va a morir violentamente, porque violenta es su vida, señores. Yo sé, y eso está previsto, y eso no me preocupa. Lo que me interesa es que el día que eso pase, recojan la bandera, le den un beso y sigan adelante.
Por su cercanía a él, el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez (Gabo) pudo dar fe de que “los aviones en que volaba casi todos los días desde hacía muchos años eran buenos y muy mantenidos, y sus pilotos rigurosos eran los únicos que tomaban las decisiones del vuelo”.
No pocos hoy todavía tienen la aprehensión de que la muerte de Torrijos fue un atentado, especulación que la genialidad del Gabo supo resumir muy bien en pocas palabras: “Siempre tuve la impresión de que Torrijos corría muchos más riesgos de los que podía permitirse un hombre acechado con tantas amenazas”.