Por Willy Meyer
No es la primera vez. En 2020 el Comando Sur (SOUTHCOM), también, so pretexto de la lucha contra el narcotráfico, desplegó fuerza aérea y naval en el área del Caribe.
Bajo principios imperiales como la Doctrina Monroe (1823) y el Destino Manifiesto, Washington ha considerado a la región como su área de influencia natural, justificando intervenciones militares, golpes de Estado, sanciones económicas y operaciones encubiertas.
Desde el siglo XIX, aplicó su política de dominio con la invasión de México (1848), y en el siglo XX con las ocupaciones de Haití (1915-1934) o República Dominicana (1916-1924), el control sobre Panamá (1903), la fallida invasión a Cuba en Bahía de Cochinos (1961), las invasiones de República Dominicana (1965), Granada (1983), Nicaragua (1912-1933), Panamá (1989) y el apoyo a la contra nicaragüense (1980).
Participó activamente en los golpes de Estado contra Jacobo Árbenz en Guatemala (1954), Salvador Allende (1973) y el pretendido contra Hugo Chávez (2002) o la participación en la crisis de Bolivia (2019), y mantiene un bloqueo económico criminal contra Cuba desde 1960.
Una nueva forma de intervención militar, en este caso en Venezuela, es utilizar como pretexto la lucha contra los cárteles de la droga. En la rueda de prensa del 19 de agosto, la portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, afirmó que «El régimen de (Nicolás) Maduro no es el gobierno legítimo de Venezuela. Es un cártel del narcotráfico”. Según la opinión de esta Administración, Maduro no es un presidente legítimo, “es un líder fugitivo de este cártel, acusado en EEUU de tráfico de drogas al país».
Washington no ha dejado lugar a dudas en cuanto que un objetivo de su estrategia es “sacar del poder” a Nicolás Maduro. La trayectoria histórica revela que la política de agresión de Estados Unidos hacia América Latina y el Caribe no constituye un fenómeno circunstancial, sino un proceso estructural y persistente. Aun cuando los mecanismos de intervención han variado -desde las ocupaciones militares hasta la imposición de sanciones económicas y las estrategias de guerra mediática-, los objetivos de dominación y control han permanecido inalterables a lo largo del tiempo.
La respuesta desde América Latina y Caribe fue rápida y contundente. Desde los diez países integrantes de la Alianza Bolivariana (ALBA-TCP), manifestaron su firme respaldo al presidente Maduro denunciando las falsas acusaciones de narcotráfico que pesan sobre él.
El presidente de turno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), el presidente de Colombia Gustavo Petro, pidió una reunión de urgencia con todos los ministros de asuntos exteriores de América Latina: «Los ministros, cancilleres de América Latina tienen que reunirse lo más pronto posible, porque nos han amenazado, porque quieren agredir, como en Gaza, la patria de Bolívar[…] cualquier operación militar que no tenga aprobación de países hermanos es una agresión contra Latinoamérica y el Caribe. Es una contradicción fundamental a nuestro principio de libertad».
La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, condenó el despliegue naval estadounidense calificándolo como “inaceptable”, recordando que «viola los principios de no intervención y autodeterminación de los pueblos».
Y desde Asia, la portavoz del Ministerio de Exteriores chino Mao Ning declaró: «Nos oponemos al uso o la amenaza del uso de la fuerza en las relaciones internacionales y a que potencias externas interfieran en los asuntos internos de Venezuela bajo cualquier pretexto».
El presidente Trump está dispuesto a todo y a utilizar todos los medios a su alcance para dominar por la fuerza a una parte del mundo silenciando a toda su oposición interna. En esas condiciones, ¿de verdad que se le puede otorgar el premio Nobel de la paz? Bueno, se lo entregaron en su día a Henry Kissinger, actor fundamental de crímenes de guerra y golpes de estado como el de Chile alentados y dirigidos por él como parte de la entonces administración norteamericana.