Cuando este 22 de marzo se celebró el Día Mundial del Agua, estimados señalan que en la mencionada área geográfica 161 millones de habitantes no disponen de acceso a agua potable gestionada sin problemas, al tiempo que el cambio climático intensifica los desastres naturales como las inundaciones devastadoras y las severas sequías.

En ese contexto, diversos organismos internacionales advierten sobre la importancia de enfrentar los retos hídricos de la región, y colaborar, innovar y compartir buenas prácticas para garantizar el acceso equitativo y sostenible al preciado recurso.  

ALARMAS QUE SE EXTIENDEN

Medios nacionales y extranjeros se hicieron eco en las últimas semanas de los severos problemas de sequía registrados en el Valle de México, los cuales afectaron a la capital de ese país y al estado vecino del mismo nombre, donde la presa Villa Victoria redujo peligrosamente su volumen de agua, profundidad y extensión.

Un reportaje publicado por el diario Excélsior el 20 de febrero describió un panorama desolador en ese embalse, el cual tuvo una profundidad de hasta 18 metros y un espejo de agua que cubría un perímetro de 60,9 kilómetros, pero que en la actualidad se encuentra con apenas un 30 por ciento de llenado, mientras en su centro emergen grandes islas o montículos de sedimentos.   

Temperaturas mucho más altas de lo habitual para la época y una prolongada ausencia de lluvias hicieron que el líquido almacenado en ese y otros espacios se redujera a niveles mínimos. En medio de la escasez, los cortes temporales de suministro se incrementaron en diversas áreas de la Ciudad de México y crecieron las interrogantes acerca de si existía la posibilidad de que la capital llegara a quedarse sin agua.

Expertos consultados por el portal BBC Mundo coincidieron en descartar que esté cercano el momento en que eso pueda ocurrir en la urbe. Sin embargo, alertaron que hay una situación crítica ante la falta de precipitaciones y la menor disponibilidad del necesario líquido.

Ya veníamos de tres años de sequía por el fenómeno La Niña y ahora con El Niño (que comenzó en junio de 2023) no se han producido las lluvias esperadas de enero a la fecha, por lo que tenemos un déficit en casi todo el país de 41,4 por ciento. Esto es inusual y hace que estemos en aprietos, comentó al medio la meteoróloga Christian Domínguez Sarmiento.

Datos difundidos el pasado año por el World Resources Institute indicaron que México tiene un grado alto de estrés hídrico, lo que significa que en ese territorio existe más demanda de agua que la cantidad de líquido disponible.

 A nivel internacional, la nación se ubicó en el puesto número 26 entre las que enfrentan un panorama similar, y en América Latina solo fue superada por Chile, que aparece en la posición 24, con un grado de estrés hídrico extremadamente alto.  

En dicho país sudamericano, las regiones de Coquimbo y Atacama están afectadas por una fuerte escasez de lluvias, lo que provoca una situación hidrológica crítica.    

Citados por la agencia Prensa Latina, especialistas de la Universidad de La Serena advirtieron a mediados de marzo que los embalses del área apenas tienen un seis por ciento de agua acumulada.

Además, en las tres principales cuencas de la zona, Elqui, Limarí y Choapa, se registró una baja del 60 por ciento del almacenamiento en comparación con la misma fecha de 2023, una situación compleja para el llamado norte chico de Chile, donde buena parte de la tierra se dedica al cultivo de plantaciones forrajeras y frutícolas.

Durante el último año, las noticias de este tipo se extendieron por toda Latinoamérica. En enero pasado, un estudio publicado por el grupo internacional de científicos World Weather Attribution señaló al cambio climático como el principal responsable de una sequía récord en la selva amazónica que ha dañado ríos, ha matado a delfines en peligro de extinción y ha trastornado la vida de millones de personas.

La investigación apuntó que el calentamiento global hizo 30 veces más probable la sequía, impulsó las altas temperaturas, contribuyó a la disminución de las precipitaciones y previó que el panorama existente en los nueve países de la selva amazónica, entre ellos Brasil, Colombia, Venezuela y Perú, empeorará en 2024, después de que la temporada de lluvias comience a remitir en mayo.

También desde 2023 se difundieron imágenes alarmantes del Canal de Panamá, una de las rutas comerciales más importantes del mundo, donde la caída del nivel del agua obligó a reducir los cruces de barcos en un 36 por ciento, con el correspondiente impacto para el tránsito de mercancías y millonarias pérdidas económicas.

Las autoridades de la zona achacan la sequía al fenómeno de El Niño y al cambio climático, y advierten que es urgente que Panamá busque nuevas fuentes de agua tanto para las operaciones del canal como para el consumo de los ciudadanos, pues los mismos lagos que llenan ese paso suministran el preciado líquido a más de un 50 por ciento de la población del país de cuatro millones de habitantes.

En áreas de otras naciones como Bolivia, Perú, Brasil, Argentina y Ecuador también se registraron sequías históricas y hubo una disminución de la disponibilidad del importante líquido que se combina con la insuficiencia de servicios de agua potable y saneamiento.

COMPROMISOS POR UNA GESTIÓN ADECUADA

Con la idea de que un manejo correcto del agua es un imperativo urgente, al tratarse de sector estratégico y dinamizador para el desarrollo sostenible, una fuente de mayor equidad, una forma de adaptación ante la crisis climática y un facilitador esencial de la paz, se celebró del 11 al 13 de este mes en Costa Rica la cuarta edición de los Diálogos Regionales del Agua en América Latina y el Caribe 2024.

El evento, organizado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), reunió a autoridades gubernamentales y más de un centenar de representantes de 18 países de la región, de los sectores público y privado, de organismos internacionales, de la banca de desarrollo, de la academia y de la sociedad civil.

Según informó dicha entidad, durante las ocho sesiones del encuentro se abordaron temas como la importancia de este necesario recurso en la agricultura y los ecosistemas; su rol en el desarrollo productivo de los países; la relevancia de las aguas transfronterizas para la gestión, cooperación y consecución de la paz; y la seguridad hídrica y la resiliencia climática.

En la apertura de la cita, el secretario ejecutivo de la Cepal, José Manuel Salazar-Xirinachs, lamentó que a pesar de las agendas trazadas en la materia y los esfuerzos de las naciones, en América Latina y el Caribe, dos de cada 10 personas aún no tienen acceso a agua potable gestionada de forma segura y cinco de cada 10 no cuentan con saneamiento de ese tipo.

De acuerdo con el titular, la organización estima que para universalizar la cobertura de agua y saneamiento manejados de forma segura hacia 2030, en promedio, los países deberían invertir anualmente el 1,3 por ciento de su Producto Interno Bruto durante 10 años, lo que generaría 3,8 millones de empleos verdes anuales.

    Nuestra región enfrenta además el impacto desproporcionado del cambio climático, el mayor desafío generacional de nuestro tiempo. Se sabe que los eventos extremos asociados afectan gravemente a los sistemas hídricos, alimentarios y energéticos, provocando perturbaciones en las actividades humanas, profundizando las desigualdades y agudizando la migración, expuso.

Salazar-Xirinachs añadió que en las últimas tres décadas los desastres vinculados con el agua representaron el 88 por ciento del total de las catástrofes naturales ocurridas en la región, en un escenario en que los glaciares se retraen y se van secando los ríos y lagos, mientras la aridez va ganando terreno en las zonas más pobladas y con mayor actividad económica.

Frente a ese panorama, los asistentes al evento hicieron un llamado a seguir trabajando juntos para enfrentar los desafíos hídricos, a continuar colaborando, innovando y compartiendo buenas prácticas para garantizar el acceso equitativo y sostenible al agua para todos en América Latina y el Caribe, y así construir un futuro más próspero y sostenible para las comunidades y generaciones venideras.  

Dadas las realidades que se viven a diario, tales compromisos no deben quedarse solo en el contexto de una reunión, sino que, necesariamente, deben convertirse en acciones concretas, pues en ellas va la supervivencia.