Por: Dr.C. Andrés Zaldívar Diéguez
Encaminada al aislamiento internacional de la triunfante Revolución, el núcleo de tal campaña se basó en la utilización de la carga emotiva del término baño de sangre, del cual supuestamente eran víctimas, indiscriminada y masivamente, partidarios de la recién derrocada tiranía batistiana.
Tal campaña encontró una inmediata respuesta revolucionaria a través de lo que se denominó Operación Verdad. Fueron dos importantes actividades. La primera, una gran concentración popular, el 21 de enero, en la cual el millón de personas participantes mostraron, a mano alzado, su respaldo al enjuiciamiento de torturadores y asesinos de la dictadura, muchos de los cuales eran acreedores de la pena capital, y cuyos crímenes no debían permanecer impunes, para evitar surgiese en algunos medios o personas la motivación para tomar justicia por su mano, como había sucedido al caer la dictadura machadista.
La segunda actividad, el 22 de enero, fue una extensa conferencia de prensa del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, con cerca de 400 periodistas latinoamericanos, estadounidenses y europeos, que posibilitó mostrar la justeza y legalidad de las medidas que se adoptaban y esclarecer infundios y falsedades.
Generalmente, se mencionan como sujetos de aquella campaña de propaganda, de forma imprecisa, a “agencias de prensa” estadounidenses. Es objetivo de las siguientes líneas ofrecer una visión diferente: el verdadero sujeto de aquella campaña propagandística fue el Gobierno de Estados Unidos; no se originó en aquellos momentos, cuando en Cuba se comenzaron a juzgar aquellos asesinos, sino en el mes de diciembre, cuando la temática fundamental de la campaña emanó del proceso de involucramiento de la Organización de Estados Americanos (OEA) en las acciones para evitar el triunfo de la Revolución en Cuba, e incluso fue utilizado en intervenciones oficiales en el aparato legislativo por funcionarios gubernamentales de alto nivel.
Los antecedentes
Un mensaje del Departamento de Estado, del 8 de diciembre de 1958, a todas sus embajadas en América Latina, les indicaba la realización de “contactos informales” con los principales funcionarios de los países en que estaban representados, para trasladar la crítica y agresiva apreciación norteamericana sobre la evolución de los acontecimientos en Cuba, y hacer un llamado a “algún sentimiento de responsabilidad hemisférica en ocuparse de la deteriorada situación cubana, que ha creado problemas humanitarios y complicaciones internacionales”.
Como resultado de aquel mensaje, en el seno de la OEA comenzó a tomar cuerpo la idea de crear una comisión mediadora, entre el tirano Batista y el Ejército Rebelde, integrada por antiguos presidentes latinoamericanos, para encontrar una solución negociada al conflicto.
Documentos del Departamento de Estado muestran que a lo largo de diciembre de 1958 se fue conformando aquella comisión mediadora, en proceso que hacía más explícita la falsedad, al argumentarse que la misma se creaba “para prevenir el fuerte derramamiento de sangre que se auguraba con el triunfo rebelde”, matriz propagandística que circulaba así entre las cancillerías latinoamericanas y el seno de la OEA.
Pero hay más. Fue exactamente el mismo enfoque, las mismas palabras, las que se hicieron llegar al Congreso de Estados Unidos, por el subsecretario de Estado para asuntos latinoamericanos, Roy Rubbotom, en la mañana del 31 de diciembre de 1958 -un día antes del triunfo- al haber sido convocado ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado para explicar los pasos que se daban por el Ejecutivo para encarar la deteriorada situación política en Cuba.
Rubbotom explicó las acciones mediadoras que se pretendían a través de la OEA, para evitar el triunfo, y puntualizó su importancia para evitar el baño de sangre que se auguraba.
No debe haber dudas que ello dio inicio a la campaña propagandística, que cobró alto vuelo pocos días más tarde, en lo que contribuyeron algunos de los más reaccionarios integrantes de aquel aparato legislativo, a quienes desde el Ejecutivo se les trasladaba la creencia sobre aquel fantasma apocalíptico. Desde el Congreso incluso se amenazó, pocos días más tarde, con utilizar tal argumento para la suspensión de la cuota azucarera cubana en el mercado estadounidense.
Pero la prensa no actuaría por sí sola, aunque en la campaña, tan tempranamente desplegada contra la Revolución desde Estados Unidos, solo ella aparecería en rol protagónico. La verdad se conocería pocos años más tarde, cuando se hizo público que a la CIA se le habían encomendado, en 1947, la realización de operaciones encubiertas, las que debían ejecutarse bajo el principio de la negación plausible, esto es, sin dejar rastros de la responsabilidad gubernamental en ellas.
Una de aquellas operaciones encubiertas fue la denominada Operación Mockingbird (Sinsonte), que incorporó a las más importantes agencias y medios de prensa en acciones de propaganda y guerra psicológica de interés gubernamental.
Al compararse las agencias de prensa participantes en las campañas propagandísticas contra la Revolución que hicieron necesaria la Operación Verdad, con las citadas al servicio de la Operación Mockingbird, puede constatarse que se trata, en elevada medida, de los mismos medios.
Una sola es la conclusión: la CIA tuvo un papel protagónico en la campaña.
Todo lo anterior nos posibilita una afirmación: la gestación y ejecución de la campaña propagandística que se enfrentó desde Cuba a través de la Operación Verdad fue responsabilidad plena del Gobierno de Estados Unidos.