No se trató sólo de que el demócrata careciera de la coherencia y la agilidad mental para refutar las mentiras vertidas por Trump durante cada una de sus intervenciones, así como para conducir la discusión a los temas en que el republicano resulta más vulnerable, sino de que buena parte de sus declaraciones fue llanamente ininteligible.
Lo cierto es que nadie puede llamarse a sorpresa: desde hace años, Biden experimenta episodios en los que parece perder la conciencia acerca de dónde se encuentra y qué está haciendo ahí.
En grabaciones de actos públicos, que circulan profusamente en medios de comunicación y plataformas de redes sociales, se le puede ver desorientado, con la mirada perdida, sin saber cómo comportarse ni a dónde dirigirse.
También son recurrentes los lapsus linguae en los que confunde personas y países o suelta frases sin relación con el hilo de su discurso.
Sin duda, la señal más conspicua de la degradación institucional y social que corroe a Estados Unidos consiste en el hecho de que un delincuente probado como Trump compita por la Presidencia en unas elecciones que, además, tiene grandes probabilidades de ganar.
Washington asigna con ligereza la etiqueta de estados fallidos a países que viven crisis agudas o crónicas de gobernabilidad, pero hoy el conjunto de su clase política debería mirarse en el espejo y preguntarse cómo llamaría a un país en el que no hay o no se aplican los mecanismos legales para impedir la nominación de una persona que justifica en público la violencia sexual hacia las mujeres, desvía recursos de su propia campaña para pagar sobornos a una actriz pornográfica con el fin de que acallara sus relaciones extramatrimoniales, ha cometido fraude financiero y fiscal por décadas, llamó a sus seguidores fanatizados a asaltar la sede del Legislativo, presionó a funcionarios para que adulterasen los resultados electorales y secuestró documentos clasificados, entre otras faltas graves.
Sin embargo, es igualmente preocupante que desde el bando demócrata se pida a los ciudadanos que voten por una persona cuyas capacidades se encuentran en entredicho.
La circunstancia de que, de triunfar en la contienda, Biden terminaría su periodo con más de 86 años tendría que haber bastado a sus correligionarios para emprender la búsqueda de un perfil más apropiado para la responsabilidad que implica gobernar a la mayor potencia militar del planeta.
Si el sistema de partidos exige a los ciudadanos que elijan entre un fascista que azuza la violencia y un hombre que no puede sostener un debate, es inevitable que crezca el desafecto hacia la democracia y se fortalezcan las tendencias autoritarias que los estadunidenses ven en cualquier lugar, excepto dentro de sus fronteras.