martes 11 de febrero de 2025
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El lamentable legado de Joe Biden

(Progreso Weekly): Sin entusiasmo, pero con alivio, fue recibida la victoria de Joe Biden en las elecciones de 2020 contra Donald Trump. No obstante, terminó siendo una gran decepción y será recordado entre los peores presidentes en la historia reciente de ese país.

Por Jesus Arboleya

Más de un millón de muertes, afectaciones severas a la economía, así como el descrédito de la gestión gubernamental, fue el panorama que encontró al asumir la presidencia de Estados Unidos.

Corrigiendo la nefasta política trumpista frente a la pandemia, Biden se planteó la vacunación masiva de la ciudadanía e impulsó un paquete de estímulo que reactivó algunos renglones de la economía y redujo sensiblemente el desempleo.

Sin embargo, no pudo evitar altos niveles de inflación durante todo su mandato, que acrecentaron los sentimientos de insatisfacción y, según la  mayoría de los analistas, fue la causa principal de la derrota de los demócratas el pasado año.

El tema migratorio estuvo en el centro de las preocupaciones de su gobierno y, en realidad, sus políticas trataron de distanciarse de la inhumana “tolerancia cero” aplicada por Donald Trump. Al menos en teoría, reconoció las causas sistémicas de la migración internacional y estableció acuerdos migratorios con algunos países emisores y de tránsito, así como medidas de ayuda económica, que supuestamente mejorarían las condiciones de vida de los potenciales migrantes y evitarían el abandono de sus países.

Hacia lo interno, implantó programas opcionales a la inmigración irregular y para la protección temporal de aquellos procedentes de ciertos países.

De todas formas, ningún paliativo fue suficiente y, bajo presiones convergentes de los republicanos y sectores de su propio partido, finalmente recurrió a muchas de las políticas que antes había criticado. Biden se despide cerrando las fronteras, desconociendo el derecho al debido proceso de la mayoría de los inmigrantes irregulares, y rompiendo los records de deportaciones antes establecidos por Barack Obama y Donald Trump.

En política exterior se dio a la tarea de recuperar la relación con los aliados, bastante  maltrechas por el chovinismo de Donald Trump, así como rescatar el prestigio internacional de Estados Unidos. “Estados Unidos ha vuelto”, fue el mensaje que sirvió de guía a su política y que asegura haber cumplido durante su mandato.

El asunto es analizar de qué manera se produjo esta vuelta y sus consecuencias para el mundo.

Considerado uno de los “últimos guerreros de la guerra fría”, Biden miró al mundo a partir de ese prisma y por poco nos conduce a la tercera guerra mundial, en su afán por confrontar a todo aquel que cuestionara la “excepcionalidad norteamericana“, y su lugar como “líder del mundo civilizado”.

Su primera gran decisión de en política exterior fue la necesaria retirada de las tropas norteamericanas de Afganistán, lo que terminó siendo un desastre político, que recordó la estampida en Vietnam. Como en otros países del área, en Afganistán, Estados Unidos dejó detrás el caos y la destrucción causados por la “guerra civilizadora” contra el terrorismo.

Europa fue el escenario de la nueva guerra norteamericana y donde Biden pudo exhibir todo su instinto “globalista”, como ahora se le llama al imperialismo. Ante la progresiva concertación económica de Rusia con el resto de Europa, especialmente con Alemania en el campo energético, un problema estratégico para la supremacía norteamericana en ese continente, Estados Unidos se dio a la tarea de rodear militarmente a Rusia e incentivar los conflictos con sus vecinos.

Tal política desembocó en la guerra de Rusia con Ucrania, una “guerra florida” para los norteamericanos, cómo decían los aztecas cuando el conflicto les resultaba conveniente.

Sin comprometer a un solo soldado, Estados Unidos pudo desplegar buena parte de su potencial bélico otra vez lejos de sus fronteras y aprovechar un negocio fabuloso para el complejo militar de ese país y sus socios extranjeros. Aunque el principal financista de la guerra ha sido el propio contribuyente estadounidense, Europa se ha visto impelida a comprometer sus recursos en la aventura, así como a sacrificar otros aspectos de sus intereses económicos y políticos, para subordinarse a los designios norteamericanos.

El “regreso” de Estados Unidos, se ha traducido en el deterioro del nivel de vida de los europeos, de su competitividad en la esfera comercial y de su influencia política internacional. Para Estados Unidos, si bien la guerra en Ucrania ha significado un estímulo económico que compensa otros déficits de su economía y aumentó el poder político sobre Europa, el fracaso evidente de la aventura implicará reversiones de estos logros y un deterioro mayor de la hegemonía norteamericana a mediano plazo.

Más allá de su fragilidad, el reciente anuncio de un acuerdo de alto al fuego en la Franja de Gaza, no cambia el hecho de que el gobierno de Biden ha sido cómplice del genocidio israelita contra los palestinos y un valladar para impedir una condena internacional efectiva a estos y otras acciones agresivas de los sionistas en la región.

Además del desprestigio internacional, esta complicidad tuvo repercusiones internas, que perjudicaron el desempeño de los demócratas en las elecciones y ocasionaron profundos cismas dentro del partido.

Dando continuidad a otro presupuesto estratégico de la política exterior norteamericana, Biden estableció entre sus prioridades contrarrestar los avances de China a escala mundial. Alrededor de este objetivo, su gobierno implementó medidas que iban desde provocaciones militares en Taiwán hasta la guerra comercial con China en diversas esferas.

Según el presidente, gracias a su gestión, Estados Unidos está ganando en la competencia mundial con China, pero la mayoría de los especialistas ponen en duda esta afirmación.

En América Latina y el Caribe la política de Biden fue, cuando menos, intrascendente. La confrontación con Venezuela, Nicaragua y Cuba consumió sin éxito los esfuerzos estadounidenses encaminados a promover cambios de régimen en esos países, hizo fracasar dos cumbres americanas, una de ellas celebrada en los propios Estados Unidos, y estancó cualquier avance significativo de su política en el área.

Tanto es así, que aunque no faltan los que quieren congraciarse con el gobierno norteamericano y no puede hablarse de un retorno efectivo del “progresismo” en la región, resulta difícil singularizar a un país latinoamericano con “relaciones especiales” con Estados Unidos, en los últimos cuatro años.

Los vaivenes respecto a las elecciones en Venezuela y la tardía eliminación de Cuba de la lista de países promotores del terrorismo, un reclamo mundial que establecía una conveniente distancia con la política trumpista, demuestran la falta de sentido común que rigió el actuar del gobierno de Biden en este sentido.

Con todo lo que Donald Trump insista en qué puede “hacer a América grande otra vez” [MAGA] y Biden asegura que le entrega una “buena mano” para lograrlo. El panorama que deja es una hegemonía norteamericana resquebrajada -lo que no quiere decir acabada-, en un mundo donde se consolida la multipolaridad, expresada en los BRICS, con China como la principal potencia emergente, expandiendo su influencia en todo el mundo.

Hacia lo interno, el gobierno de Biden fue grandioso en proyectos pero mediocre en resultados, encabezado por un presidente decrépito, cuya testarudez fue una de las causas de la derrota en las elecciones.

Los llamados de Biden a “rescatar la democracia amenazada por Donald Trump”, una amenaza real y evidente, poco importaron a un electorado hastiado de demagogia e hicieron poca mella entre los fervorosos seguidores del magnate, devenido líder populista con el apoyo de los hombres más ricos del mundo.

La polarización política alcanzó niveles que rememoran la guerra de secesión y el partido demócrata quedó sumido en el desconcierto, la desunión y la falta de liderazgo, enfrentados a un gobierno republicano que no solo lo ganó todo, sino que lo hizo violentando las reglas del juego e imponiendo a un delincuente convicto como el Mesías de la extrema derecha en el mundo, lo que tendrá consecuencias inevitables para el balance político internacional.

La única propuesta renovadora de los demócratas radica en potenciar a los sectores más progresistas del partido, marginados en la administración de Joe Biden. Es cierto que la lógica del sistema tiende a proyectar el descontento social mediante la derechización de los sectores populares, pero está demostrado que existe una masa progresista larvada en las filas del partido demócrata o en su periferia, que puede irrumpir con fuerza propia en la vida política norteamericana.

Como dice el refrán: “lo bueno que tiene es lo malo que se está poniendo”.

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Progreso Semanal, basada en Miami, Florida, es una revista digital creada por Francisco G. Aruca con noticias y opinión sobre Cuba y Estados Unidos.
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