Por Willy Meyer
Cuenta para ello en todos los continentes con aliados fieles que, de forma servil, desde su dependencia al imperio, le garantizan zonas de influencia para ejercer su dominio. En el caso de Oriente Próximo, el genocida Netanyahu y el sátrapa Salman bin Abdulaziz Al Saud, desde Israel y Arabia Saudí, le brindan ese apoyo incondicional a cambio de convertirse en piezas clave en el tablero regional contra los pueblos palestino, yemení, libanés e iraní.
De entre esos pueblos, el estado de Irán es el que aparece, a ojos del imperio, como el objetivo más peligroso al poseer tecnología nuclear susceptible de poder ser usada y transformada en arma nuclear. En este caso, se emplea esa doctrina cínica que establece la categoría de estados «buenos» que pueden tener armas nucleares, como Israel (en este caso la bondad del genocida) y estados «malos», como Irán que no puede disponer del arma nuclear.
En ese sentido, para Trump, Irán siempre significó una piedra en su zapato en esa zona regional. El 14 de julio de 2015 se firmó en Viena el acuerdo nuclear iraní «Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) por parte de Irán, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de NNUU (China, Francia, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos), la Unión Europea y Alemania.
Incluía compromisos respecto al levantamiento de todas las sanciones de las Naciones Unidas, así como las limitaciones al programa nuclear militar iraní. Ese acuerdo fue valorado internacionalmente como muy beneficioso para todos. El acuerdo, suscrito 36 años después de la revolución iraní, abría una nueva oportunidad en la normalización de relaciones diplomáticas y permitía un despegue económico a un Irán muy castigado por las sanciones.
El Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) verificó tres años después, en marzo de 2018, que Irán estaba cumpliendo sus compromisos con el PAIC. A pesar de esa verificación, dos meses después, la administración Trump retiró unilateralmente a EEUU del acuerdo nuclear iraní e impuso nuevas sanciones a Irán y a todos los países y empresas que comerciaran con Irán.
Esa decisión fue festejada por Arabia Saudí e Israel y muy criticada por la comunidad internacional. Concretamente Francia, Alemania, Reino Unido, Rusia y China reafirmaron su compromiso con el acuerdo y la Comisión Europea declaró ilegales en la UE las sanciones estadounidenses contra Irán.
El gobierno de España emitió un comunicado a favor de seguir apoyando el acuerdo nuclear iraní y en contra de las sanciones estadounidenses. A pesar de la opinión favorable de la comunidad internacional a mantener el acuerdo, la retirada de los EEUU supuso el naufragio del PAIC e Irán, roto el compromiso, continuó enriqueciendo uranio-235 con fines civiles.
Y, ahora, siete años después de la retirada unilateral de los EEUU del PAIC, el mismo Trump que lo dinamitó, exige ahora a Teherán conversaciones para impedir la energía nuclear iraní con fines militares. En su habitual tono de arrebatapuñadas, amenaza a Irán con acciones militares si la administración iraní no se aviene a negociar.
La respuesta del ministro de exteriores de Irán, Abbas Araqchi fue favorable a dar una nueva oportunidad a la diplomacia, delimitando las negociaciones exclusivamente a las garantías de la naturaleza pacífica de su programa nuclear, a cambio de las retiradas de las sanciones, criticando el largo historial de los EEUU por su irrespeto a los compromisos y su unilateralidad.
En esa respuesta, Araqchi aclaró que las negociaciones indirectas con la administración Trump «deben tener lugar desde una posición de igualdad, justicia y dignidad, no bajo máxima presión o amenazas militares».
Esas negociaciones, que comenzaron en Omán, deberían centrarse en recuperar el acuerdo del 2015 respaldado por las Naciones Unidas para permitir a Irán el uso de su energía nuclear con fines civiles a cambio de levantar todas las sanciones económicas que padece.