viernes 5 de diciembre de 2025
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La paradoja de la tregua: Hezbolá, resiliencia estratégica y los límites de la doctrina israelí

Teherán (HispanTV) El asesinato de Haytham Ali al-Tabatabai, hace unos días, llevado a cabo en plena vigencia de una tregua mediada un año antes entre Israel y el Movimiento de Resistencia Islámica de El Líbano (Hezbolá), ilustra de manera clara cómo Tel Aviv ha convertido el alto el fuego en un instrumento unilateral.
Se trata de un marco en el que Israel se reserva el derecho de actuar militarmente mientras exige al otro lado una drástica reducción de su actividad armada. Esta dinámica refleja una estrategia que, lejos de buscar contención mutua, perpetúa un ciclo de presión asimétrica que profundiza la inestabilidad en la frontera norte y redefine las reglas del enfrentamiento entre ambos actores. Con la eliminación de Al-Tabatabai, jefe del Estado Mayor de la rama armada de Hezbolá, Israel ejecutó una operación presentada como “precisa” y “quirúrgica”. Sin embargo, los efectos en un suburbio densamente poblado de Beirut, con varios muertos y decenas de heridos, desmienten esa narrativa y ponen en evidencia la apuesta israelí por probar los límites de la tregua mediante ataques que recalculan constantemente las fronteras del daño aceptable. Este modus operandi refleja un patrón recurrente: reinterpretar los términos del alto el fuego en beneficio propio, consolidando un ciclo en el que Israel continúa golpeando mientras exige un cese unilateral de Hezbolá. La acción no solo representa la continuación de la doctrina israelí de “decapitación persistente” contra la cúpula de Hezbolá; también es la expresión de una visión estratégica que busca colocar a los líderes y estructuras de Hezbolá en un estado constante de supervivencia. El objetivo no se limita a eliminar individuos o interrumpir operaciones inmediatas: se trata de mantener bajo presión continua a los elementos estratégicos —comandantes, planificadores, estructuras financieras y de apoyo— obligándolos a dedicar la mayor parte de sus recursos y tiempo a gestionar su propia seguridad personal. Esta estrategia reduce indirectamente su capacidad de reconstruir capacidades, elaborar estrategias y proyectar poder político-militar, trasladando el campo de disputa del nivel de disuasión al de mera supervivencia. Desde la guerra de 2006, la estrategia israelí ha transitado de enfoques convencionales hacia una lógica de desgaste basada en la eliminación selectiva de líderes estratégicos, con el objetivo de degradar las capacidades de Hezbolá y elevar sus costos operativos. Sin embargo, esta supuesta “solución técnica” enfrenta limitaciones estructurales profundas. Israel presenta las treguas como una concesión propia, mientras instrumenta violaciones del alto el fuego para justificar respuestas desproporcionadas, que incluyen bombardeos y campañas mediáticas. Una vez cumplidos sus objetivos inmediatos, reanuda la aplicación del alto el fuego, perpetuando un ciclo asimétrico: bajo el paraguas de la autodefensa, retiene plena libertad de acción, mientras Hezbolá queda obligado a tolerar la inacción. Este patrón, que se repite tanto en Gaza como en el sur del Líbano, desnaturaliza el alto el fuego, convirtiéndolo en un instrumento del poder israelí más que en un mecanismo de reducción mutua de hostilidades. La fortaleza de Hezbolá no se limita a sus capacidades militares: reside también en su inserción estructural en la sociedad local, en los servicios sociales que presta y en su rol como garante de seguridad en zonas donde el Estado es débil o directamente ausente. Al debilitar la soberanía y atacar a sus líderes, Israel refuerza indirectamente el consenso social que sostiene a Hezbolá y su red de alianzas discursivas con actores regionales. Esta paradoja evidencia que la superioridad en fuego e inteligencia no alcanza a neutralizar la legitimidad ni el arraigo político del movimiento, que, aun frente a golpes tácticos, se consolida como un actor estructural e indispensable en el tejido social y político de su entorno. La capacidad de Hezbolá para absorber impactos de la magnitud del asesinato de Al-Tabatabai descansa en pilares que trascienden lo militar y se adentran en la sociología política, la economía política y la ingeniería organizativa. El primer pilar es la institucionalización burocrática del liderazgo y la profesionalización de sus cuadros. La sucesión de mando ocurre con rapidez y sin fracturas públicas, asegurando la continuidad operativa frente a intentos de descabezamiento. El conocimiento y la experiencia se encuentran codificados en estructuras organizativas, no concentrados en individuos, lo que permite una resiliencia que desafía la lógica de “decapitación” israelí. El segundo pilar es la diversificación financiera y la autonomía logística, con un ecosistema económico cada vez más independiente que incluye sectores legales, comercio transnacional y redes de cooperación regional. Esta independencia permite sostener operaciones e inversiones aun ante presiones internacionales severas, otorgando margen de maniobra político y estratégico que contrasta con la dependencia externa de Israel de aliados y flujos de ayuda condicionados. El tercer pilar radica en la producción local de capacidades militares avanzadas, especialmente drones y misiles guiados, que reduce la dependencia de suministros externos y acelera la innovación tecnológica. La dispersión de talleres, la capacitación de ingenieros locales y la integración de estos desarrollos en un ecosistema compartido multiplica los costes para Israel y complica la neutralización de capacidades emergentes.
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