¿Alguna vez criticaste a Donald Trump en redes sociales? ¿Mandaste una burla sobre Elon Musk por WhatsApp? ¿Participaste en un evento sobre cambio climático? ¿En una mesa redonda sobre educación y derechos humanos?
Si respondiste que sí a cualquiera de estas preguntas, es recomendable tener una estrategia. Si respondiste solo que no, si eres cordial y tu aspecto le resulta agradable al agente de inmigración, tu riesgo es ligeramente menor. Depende del humor y de lo que haya desayunado la autoridad.
Si votaste por Jair, participaste en la marcha golpista del 8 de enero, si tienes fotos comiendo palomitas o helado dentro del palacio destrozado mientras pedías la muerte de Alexandre de Moraes, no te dejes engañar.
Pero si confías en las estadísticas, puedes ir tranquilo. Porque, estadísticamente, el riesgo todavía es bajo.
Ya nada es como antes. Incluso portadores de green card han sufrido detenciones y deportaciones. No importa el estatus de tu visa ni lo blanca que sea tu piel, el agente de inmigración está autorizado para vetar tu entrada. Solo no está autorizado, todavía, a mandarte a El Salvador o Guantánamo. Para eso hay una burocracia. Parece exagerado, pero el exceso se ha convertido en cuestión de probabilidad.
Desde que la Casa Blanca publicó la orden «Protegiendo al pueblo estadounidense contra la invasión», el guardia de la esquina entró en estado de éxtasis permanente. Los agentes encargados de aplicar físicamente la ley se sienten empoderados por el autócrata. Autorizados a desobedecer la ley para complacer al autócrata. A comunicarse por telepatía con el autócrata.
La arbitrariedad reemplazó los controles básicos del ejercicio de la autoridad. Las normas jurídicas fueron sustituidas por emociones primarias, la fidelidad a la ley por fidelidad a Trump.
¿Defendiste la diversidad en empresas y universidades? ¿Sugeriste contratar preferentemente a mujeres y personas negras? ¿Eres un empresario comprometido con temas de justicia y desarrollo?
¿Eres científico, periodista o activista? ¿Compartiste un post crítico con la intensidad del ataque de Israel a Gaza? ¿Tienes una foto con la pancarta «Black Lives Matter»? ¿Saliste a las calles contra la brutalidad policial?
¿Eres estudiante universitario? ¿Tienes un amigo que expresa opiniones políticas en alguna universidad estadounidense? ¿Llevas en la maleta un libro prohibido en las bibliotecas públicas o escolares? El «Mein Kampf», de Hitler, está permitido. «Abolition Democracy», de Angela Davis, no.
En este régimen, lo previsible es lo imprevisible. Todo es posible, incluso entrar sin problemas. El territorio de los aeropuertos siempre ha sido una zona de transición donde al Estado de derecho le cuesta llegar. Donde el extranjero está más expuesto a la vileza autoritaria.
Todo el sabihondeo político fracasó al calcular de qué sería capaz un Trump reelecto. Subestimar al autócrata es un arte sabihondo. Llamar «alarmismo» a la advertencia política es un arte sabihondo. Usar una credencial de ciencia social para lanzar una corazonada, con pose de científico, es un arte sabihondo. Los artistas sabihondos, disfrazados de comentaristas, siguen siendo influyentes allá y aquí.
Borra los registros de tu pasado. Obedece y compórtate en la ruleta rusa. Estás intentando entrar al país de la libertad.
Si finalmente entras, atención a los riesgos sanitarios. El país está desmantelando programas de vacunación, bases de datos epidemiológicas y líneas de investigación. El sarampión ha vuelto a matar. La política pública que sobreviva estará con los ojos vendados.
«Travesía peligrosa, pero es la de la vida», dijo Riobaldo, de Guimarães Rosa.
Buen viaje.