Por Elson Concepción Pérez
Se ha anunciado su salida del puesto de Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), luego de diez años. Debe abandonarlo lo antes posible, no sea que la actual administración en la Casa Blanca le haga algún arqueo financiero, y que quien lo ha costeado hasta ahora, le «corte el agua y la luz», y ni dinero tenga para pagar el boleto de regreso a Uruguay.
No obstante, sus anfitriones bien que pueden brindarle una especie de «asilo» en Miami, su ciudad de preferencia. Podría convivir con terroristas, fabricantes de golpes de Estado -como el que el propio Almagro dirigió contra el gobierno de Evo Morales, en Bolivia, en 2019- o quienes organizan actos de terrorismo contra Venezuela, o los que llaman a invadir a Cuba.
Allí pueden reciclar a un «Almagro sin OEA», pero todavía con algunos «padrinos» en la segunda temporada de Donald Trump y su equipo en la Casa Blanca.
El secretario general de la desprestigiada OEA deja el cargo con una acumulada labor injerencista, y con un único «mérito», haber sido portavoz fiel de los gobiernos y las nefastas políticas estadounidenses hacia América Latina.
A la vez, carece de credibilidad como para representar a la región. Sin ella, y sin Almagro, quizá la zona hubiese sido menos frágil ante componendas del Norte, o de alguno que otro Gobierno, con el estandarte del neoliberalismo a cuestas.
Y aunque el «Ministerio de Colonias», como la llamó Raúl Roa, el Canciller de la Dignidad, debió dejar de existir desde hace mucho tiempo, o quizá no debió nacer ni echar raíces con el abono de las políticas de Washington, la verdad es que -para mal de nuestros pueblos- pudo hacer y deshacer en su afán por acabar con los proyectos de gobiernos progresistas latinoamericanos.
Recordemos su posición respecto a Cuba, país que ha tenido el privilegio de que se le expulse de un mecanismo tan servil al yanqui opresor.
La década de Almagro, quizá pase a la historia como la peor desde que este organismo se creara el 30 de abril de 1948.
En sus últimos años al frente de la institución, varios países abandonaron su membresía, y en algún caso -como lo hizo el entonces presidente de México, Andrés Manuel López Obrador- se propuso su disolución, y que nuestros pueblos, ya integrados a la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (Celac), dedicaran sus esfuerzos a fortalecer esta y a hacer realidad sus objetivos a favor de la independencia, del respeto a su soberanía, y a convertir la región en una verdadera zona de paz.
Un reclamo de nuestros pueblos puede ser el epílogo a esta década perdida. «Adiós Almagro… llévate la OEA», una buena sentencia conclusiva.