Por Cristina Simó Alcaraz, Secretaria del Área de Feminismo del PCE
Esta organización, surgida en 1945 en el Congreso de Mujeres de París, no sólo buscaba la emancipación de las mujeres, sino también la paz global y la justicia social.
Su creación fue una respuesta al fascismo y al autoritarismo, encabezada por mujeres que habían resistido en la clandestinidad, sobrevivido a campos de concentración o luchado en movimientos partisanos.
La FDIM nació de la experiencia traumática de la guerra. Muchas de sus fundadoras habían participado activamente en la lucha contra el nazismo: desde las mujeres de la Resistencia Francesa hasta las partisanas yugoslavas e italianas, como Vida Tomšič. Otras, como la científica Eugénie Cotton, habían enfrentado la ocupación nazi desde la clandestinidad.
Estas mujeres entendían que la paz no era solo la ausencia de guerra, sino la construcción de un mundo sin opresión de género, clase o raza. Sus objetivos eran claros: igualdad salarial, acceso a la educación, derechos reproductivos, desarme nuclear y solidaridad con los pueblos oprimidos.
La FDIM fue clave en la institucionalización del 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer y en la declaración de 1975 como Año Internacional de la Mujer por la ONU.
En América Latina y Europa, la FDIM tuvo un papel crucial gracias a las mujeres comunistas españolas exiliadas tras la derrota republicana en 1939. Dolores Ibárruri, La Pasionaria, vicepresidenta de la FDIM, fue una figura central, junto a otras como Isidora Dolado, Carmen de Pedro y Elisa Úriz Pi, quien denunció las torturas a presas políticas bajo el franquismo.
La Unión de Mujeres Españolas (UME), vinculada al PCE, coordinó campañas internacionales contra la dictadura. En los años 60 y 70, la FDIM apoyó al Movimiento Democrático de Mujeres (MDM), que en la clandestinidad conectó el feminismo español con las luchas globales. Su enfoque combinaba clase, género y antiimperialismo, distanciándose del feminismo liberal.
Hoy, en un mundo marcado por guerras impulsadas por el imperialismo estadounidense, el legado de la FDIM es más urgente que nunca.
Estados Unidos, en su decadencia hegemónica, provoca conflictos para mantener su dominio: desde Ucrania (para debilitar a Rusia) hasta Gaza (apoyando el genocidio israelí), pasando por las invasiones de Iraq y Afganistán, los golpes en América Latina (Bolivia, Venezuela, Nicaragua) y las sanciones a Cuba, Irán y Corea del Norte.
Las mujeres sabemos que no hay derechos en guerra. La masculinización de las sociedades en guerra profundiza la opresión femenina, reforzando el patriarcado y la violencia machista.
Las mujeres sabemos que no hay derechos en guerra. La militarización desvía recursos de la salud, educación y cuidados hacia el armamento, reforzando el patriarcado y la violencia machista. La masculinización de las sociedades en guerra profundiza la opresión femenina, como demuestra el ascenso de la ultraderecha misógina, pilotada por figuras como Trump y sus aliados europeos.
Frente a esto, es necesario:Recuperar el espíritu de la FDIM: unidad internacionalista contra el fascismo. Contribuir en la construcción de un gran movimiento por la paz y exigir soluciones diplomáticas en lugar de guerras, respetando la autodeterminación de los pueblos.
Denunciar la militarización y el rearme, que perpetúa la desigualdad y deshumaniza a las sociedades.Fortalecer redes feministas transnacionales, como hicieron las comunistas españolas en el exilio. Las comunistas españolas, herederas del MDM y de la FDIM, seguimos siendo puente entre mujeres de diferentes regiones del mundo.
En un escenario de guerras, el feminismo debe defender el derecho a una vida digna, en igualdad y sin violencia. Como dijo Dolores Ibárruri: «Más vale morir de pie que vivir de rodillas». Hoy, esa consigna se traduce en parar las guerras, el genocidio, el avance fascista y acabar con el capitalismo depredador.
La paz no es solo un deseo: es también una lucha feminista.