Por Alberto Velásquez
A lo largo de la historia de nuestra América se han suscitado numerosas dictaduras, muchas originadas por golpe de Estado o promovidas por intereses foráneos. Los dictadores han sido cómplices de latrocinios, múltiples asesinatos y persecuciones política contra el movimiento popular.
La única dictadura que se autodenominó ”dictadura con cariño” la tuvimos hace décadas en Panamá. Sin embargo, la dictadura que se pronostica en un corto horizonte será una dictadura del odio, los rencores y el revanchismo desmesurado.
Negar de plano la apertura de diálogo sobre la principalísima Ley 462, anunciar sin rubor alguno la posibilidad de explotar la mina de cobre en Donoso, y ponderar su traición a la patria con la firma de un memorándum de entendimiento que permite el pavoneo de tropas invasoras en territorio nacional, reafirman el hecho de que el gobierno del abogado Mulino ha sido el más despreciado mandatario de toda la historia post invasión.
Es contundente la actuación del individuo que gobierna, en el sentido de que No habrá diálogo. El presidente perseguirá a todo lo que huela a sindicalismo. Continuará atropellando a los pueblos originarios, como lo hizo cuando estuvo al frente del Ministerio de Seguridad en el gobierno de Ricardo Martinelli. Esa represión ha alcanzado a los humildes pescadores en el barrio más miserable de la capital.
En una ocasión, fue precisamente Mulino quien predijo que podría convertirse en una especie de dictador. El polémico personaje sale en televisión todos los jueves para regañar a los periodistas que acuden a las conferencias de prensa convocadas en la Presidencia, sin haber entendido que los espectadores sentados frente al televisor no quieren verlo más gesticulando en la pantalla.
La mesa está servida. A corto plazo, podremos decir, bajo el riesgo de ser perseguidos, de que en Panamá hay a un nuevo dictador y que este país huele a pólvora y a gas lacrimógeno. ¿Será posible que hoy gobierne en la República el lado oscuro de la fuerza?